jueves, 30 de julio de 2020

Él accidente

El accidente 

Trabajé duro por más de diez años en la empresa. Me ascendieron y me dieron un aumento salarial. Por fin logré comprarme un automóvil último modelo; no obstante, tardaría cinco años en pagarlo. También tenía planeado rentar un departamento más grande, con cochera y que estuviera ubicado en una mejor zona. 
—¡Muchas felicidades, Enrique! —me dijo Gabriel, mi vecino y amigo de casi toda la vida—. ¡Me da mucho gusto por ti! 
—Sí, hombre, gracias, ya me lo merecía. Lo único malo es que ya no nos veremos tan seguido. 
—¿Y eso? 
—Tengo pensado mudarme a un mejor sitio. 
—¿Y este qué tiene de malo? ¿No te gustan los vecinos?
—No es eso, creo que es tiempo de buscar cosas mejores, ya sabes. 
—No, no sé —dijo Gabriel—. Yo creí que éramos buenos amigos y que nos seguiríamos visitando todos los días. 
—Y seguiremos siendo buenos amigos. Puedes visitarme a mi casa y yo seguiré viniendo al barrio. Nada cambiará entre tú y yo. 
Sacó una cajetilla, tomó un cigarro y lo colocó en sus temblorosos labios. 
—No estoy seguro, quizá ahora querrás juntarte con gente de más dinero. 
—No seas tonto, hermano. Yo sigo siendo el mismo tipo de siempre. 
—Tienes razón. Perdón, de pronto me puse sentimental. 
—Oye —le dije—, ¿quieres que te preste un encendedor? 
—¿Para qué?
—Para que prendas tu cigarro. 
—Ah, no, no. Ya voy a mi casa, allá lo enciendo. 
—Ok, voy a comer algo porque tengo que volver a la oficina. Nos vemos en la noche para echarnos unas cervezas. 
Me di la media vuelta y él me sujetó del brazo con fuerza. 
—Yo en tu lugar no dejaría el automóvil aquí. Hay gente peligrosa y ya ves, también existe gente que dice que este barrio no vale la pena y que no está a su altura. 
—No te preocupes, será rápido. Sólo comeré y enseguida me voy volando al trabajo. 
Metí comida congelada al horno de microondas. Escuché un estallido y casi de inmediato sonó el teléfono. 
—Hola —contesté. 
—¡Enrique, Enrique! —gritó la vecina. 
—¿Qué le pasa? 
—¿Es tuyo el carro que está enfrente de la casa de Gabriel? 
—Sí, es mío. 
—Se está quemando, sal rápido, por el amor de Dios. 
Traté de apagarlo, pero no pude; le habían echado demasiada gasolina. Llamé a los bomberos y aunque no tardaron ni diez minutos en llegar, el vehículo fue pérdida total. No supe qué pasó. Así que toqué la puerta de Gabriel y le pregunté que si había visto algo extraño a los alrededores. 
—No vi nada —dijo, asomándose por una ventana de su casa. 
A pesar de que se cubría con la cortina, noté que tenía las cejas quemadas y la cara roja. 
—¿Qué te pasó en el rostro? 
—Fue un accidente. Quise prender el cigarrillo con el fogón de la estufa y… ¡fue un accidente! 
—¡Qué raro! 
—Te lo advertí —dijo—, en este barrio hay gente peligrosa y tipos que se creen superiores. 
—¿Peligrosa? Yo creo que hay gente estúpida y envidiosa en este vecindario. 
La policía llegó a mi casa. Me despedí de Gabriel y le dije que encontraría al responsable y que lo haría pagar por las buenas o por las malas. 
—¿Cuándo me vas a invitar a tu nuevo departamento? 
No le respondí nada y me fui acercando a uno de los oficiales. 
—¡Juro que fue un accidente, Enrique! —gritó Gabriel, mientras salía de su casa. 
El cigarrillo apagado seguía temblando en su envidiosa bocaza. 


            SERVANDO CLEMENS

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