jueves, 30 de julio de 2020

Perro de casa sangriento

⚠️!!ADVERTENCIA!!⚠️
Este Relato consta de dos partes y contiene altas dosis de erotismo, sexo explícito y terror, si no le gusta la temática o puede sentirse incomod@ y herir su sensibilidad no lo lea.

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BLOODHOUND HOUSE

                                       CAPITULO 1/2

Tengo 37 años, y la sensación de estar perdiendo mi vida en cada suspiro de aliento.
De mi casa al trabajo y del trabajo a casa.
Rutina, rutina y más rutina.
Monotonía y aburrimiento son las constantes de mi vida, y luego este trabajo de oficina en el hospital, todos mirando a su ordenador sin levantar la cabeza, sin apenas hablar.
Lo único que me hace más llevadera esta asquerosa vida es ella, Marta.
La enfermera del pabellón forense.
Es la más educada y cariñosa de todas las mujeres que allí trabajaban.
Es hermosa y siempre atenta, siempre con esa preciosa sonrisa en la cara que te alegra la mañana.
Confieso que alguna vez no pude evitar masturbarme pensando en ella, o incluso daba vueltas por el hospital persiguiéndola, espiándola sin que ella se diera cuenta.
Aunque lleva como una semana sin aparecer por el trabajo, di vueltas por el hospital por si conseguía verla, pero nada.
¿estará enferma?
¡Oh por dios como la echo de menos!
Aquel viernes después del trabajo pase a tomar unas cervezas en el bar de costumbre, yo estaba apoyado en la barra mientras escuchaba las carcajadas de mis compañeros que se encontraban en una de las mesas.
Yo prefería estar solo, como siempre, absorto en mis pensamientos.
Mientras mi mirada se sumergía en la ventana del local, vi una moto de gran cilindrada que estaba justo enfrente, una mujer enfundada en un pantalón de cuero rojo bajaba y se quitaba el casco. 
¡Era ella!
¡Era Marta!
Se quedó apoyada en un portal, pagué rápidamente mi  bebida  y salí corriendo para alcanzarla.
—Hola Marta, ¿Qué tal? —le dije con voz entrecortada por los nervios—.
Por dios, esa mujer, su simple presencia, su olor, su cuerpo, me ponía a cien, en mi mente afloraban pensamientos, deseos y fantasías que ni me podía imaginar. 
—Hola…mmm Juan, eres Juan ¿cierto?  —me contesto—. 
—Sí, sí, trabajo en el hospital, nos vemos de vez en cuando, —le dije— ¿te ha pasado algo? llevas varios días sin venir al trabajo, ¿ya no trabajas allí?
Marta me miro de arriba abajo, haciéndome un escaneo que ni los que hacíamos en el hospital.
—Demasiadas preguntas amigo, sube, —me contesto Marta—. ¡Venga!
—¿Cómo?, —le conteste asombrado—.
—Que subas, o piensas quedarte haciéndome preguntas toda la noche, —me contesto con tono dominante—.
Subí a la moto sin mucha vacilación.
No me lo podía creer, en unos segundos estaba agarrado a su cintura, mientras circulábamos alta velocidad por la ciudad.
¿Dónde vamos?, —le pregunte—.
Ella me miró sonrió, pero no contesto.
Sin darme cuenta no sé si por la adrenalina de la velocidad, por el olor de su cuerpo tan cerca del mío o por estar agarrado a su cintura, en posición dominante, me estaba poniendo súper cachondo.
Notaba su cuerpo debajo de ese fino traje de cuero, cerré los ojos unos instantes me aferré más aun a ella y me dejé llevar por el momento.
¡Joder había tenido una erección como nunca!
Ella se tuvo que dar cuenta, tenía mi pene pegado a su culo constantemente y cada frenazo era una embestida, como si tuviera vida propia y buscara su satisfacción, sentí que si el camino duraba más terminaría eyaculando.
—¿A dónde vamos?, —volví a preguntar sin obtener respuesta—.
A unos cinco kilómetros fuera de la ciudad tomo un desvió hacia una carretera comarcal y poco después un camino de tierra al lado de un lago.
Al final del camino se divisaba una gran casa, era una mansión, las fachadas eran color rojo sangre.
Era majestuosa, parecía abandonada sin embargo había algunos coches y motos aparcados fuera y por las ventanas se veía luz en su interior.
Ya era noche cerrada, y al bajar me quede quieto, mirando su cuerpo, ese pantalón de cuero marcaba todas sus curvas, era realmente preciosa.
Cuando se volvió la mire a los ojos y un deseo irresistible me obligo acercarme a sus labios, los cuales por alguna extraña causa estaban fríos, tenían un sabor extraño, pero no exentos de sensualidad, mi lengua los recorrió con frenesí dando pequeños mordiscos, para terminar, jugando con la suya.
Con una de mis manos comencé a recorrer todo su cuerpo, ya que la otra la tenía agarrada Marta por la muñeca y presionada contra la pared.
La expedición de mi mano como un aventurero en busca de su tesoro, llego a su pecho y pude notar lo firmes que los tenía como ya apuntaban a la vista.
Estaba cachonda como yo, lo pude notar por sus tiesos y duros pezones.
Fue entonces cuando se acercó a mi oído y después de mordisquear mi lóbulo e introducir su lengua en mí oreja me hizo la pregunta más extraña que me han hecho en mi vida.
—¿te gusta la necrofilia, —me pregunto Marta—.
Quede impactado, sin poder reaccionar, me cogió la mano y entramos en la casa.
Una música instrumental sonaba por toda la casa, creaba un ambiente acogedor a la vez que perturbador.
La seguí casi hipnotizado, llegamos a un gran salón cubierto por una moqueta también color sangre como la fachada, todo decorado con muebles góticos, con altos techos cubiertos con frescos como los de las iglesias.
Imponía la majestuosidad de aquel lugar.
Subió las escaleras con divina sensualidad, contorneando su trasero con provocación, sabía que lo estaba mirando, me hizo un gesto con la mano para que la siguiera.
En una de las habitaciones que la puerta estaba entre abierta pude ver una pareja besándose, totalmente desnudos, eran…extraños, su piel extremadamente pálida y sus cuerpos cubiertos de cicatrices, gemían y emitían alaridos.
Impactado entramos en una habitación, enorme, reinaba una gran cama redonda cubierta con unas sábanas de seda brillante color purpura.
Cerro la puerta y se acercó a mi lentamente, mi corazón se aceleró, su boca suspiraba sobre la mía, metió sus dedos en mi boca y me beso.
Con un beso lento, lánguido, sensual, donde su lengua se perdía con la mía.
Tomándome las manos me puso unos grilletes en ambas muñecas.
—¿quieres divertirte verdad Juan?, mmm, sé que te va a gustar, —me dijo con una voz que era imposible negarse—.
—sí, aquí me tienes para ti, —le susurre casi sin poder hablar de la excitación—.
Fue pronunciar esas palabras y alzo mis manos hacia arriba enganchando los grilletes en un gancho metálico que colgante del techo abovedado.
Apenas llegaban mis pies al suelo, aquella situación me excitaba.
¿Qué me esperaba?, ¿Qué iba hacer conmigo?, pensé.
No me importaba, tenía tal excitación que dejaría hacerme lo que quisiera.
Me desnudo completamente con unas tijeras, sentía como me arañaba la piel, me dolía, pero me gustaba.
Después se puso frente a mí y comenzó a desnudarse poco a poco, lentamente, sensualmente.
Su piel era blanca como el nácar, casi de mármol, como una virgen pintada en un fresco.
Acariciando mi pene erecto como una piedra, sus manos frías, su mirada profunda, no hacían más que incrementar mi deseo de poseerla.
Se arrodillo y mojándose los labios de forma viperina comenzó a lamerla hasta introducírsela totalmente en la boca, mientras me agarraba el trasero, impidiendo me alejara.
Sin darme cuenta tenía uno de sus dedos jugando en mi ano, yo pensaba que como heterosexual tenía un mecanismo de defensa en ese lugar del cuerpo, el cual actuaba ante cualquier elemento extraño, pero no fue así, sentí un placer antes no conocido, posiblemente debido a la excitación descubrí cosas de mi cuerpo que no sabía.
Yo gemía y me retorcía.
—Creo que me voy a correr, —dije—.
—¿te gusta verdad?, hazlo, quiero sentirte dentro de mí, —dijo sensualmente—.
Se incorporó y dándome la espalda acercó su trasero ofreciéndoselo a mi pene, hasta introducirlo totalmente en su sexo.
Contorneaba su cuerpo como las serpientes, con unos movimientos que me hacían ver las estrellas, alternaba lentitud con movimientos bruscos, hacia conmigo lo que quería ya que yo justo me podía apoyar en el suelo, estaba a su merced, me estaba dominando.
—creo que voy a correrme ya, no aguantare mucho, —dije como suplicando su confirmación—.
—¡sí!, ¡hazlo!, ¡hazlo ya!, ¡cerdo, ingrato!, —contesto—.
Ni sus insultos ni su frialdad me provocaban rechazo, sino todo lo contrario, aun me excitaban más, no tuve piedad al correrme y la inundé por completo, pude sentir como recorría su cuerpo como la lava cae por las laderas de un volcán.
Extasiado, aturdido por el momento apenas me di cuenta que ella abandono la habitación.
Solo podía pensar en el polvo que había echado, había sido el mejor de mi vida, si bien es verdad que a mis 37 años tampoco tenía muchas referencias para comparar, incluso solo me la habían chupado una vez, pero, aunque no hubiera sido así, ese polvo estaba seguro superaba incluso cualquier fantasía antes soñada.
Colgado como una lámpara me quede, no sé cuánto tiempo, pero pasarían un par de horas, los brazos los tenía adormecidos por la posición en la que estaba.
Solo quería que me bajara de allí.
Entro en la habitación con una caja de herramientas, como esas que llevan los mecánicos.
Saco una correa y me agarro los pies a un gancho del techo por detrás de mi espalda.
—venga Marta por favor ha estado bien pero ahora ya bájame, no me está gustando esto, — le dije—.
Ella no me hizo ni caso.
Quede inmovilizado, en una posición dolorosa con los pies y los brazos en alto hacia atrás. 
Pude ver como saco una jeringuilla de la caja y se dispuso a coger mis testículos e inyectarme.

…CONTINUARA

                                       CAPITULO 2/2

—¡maldita sea!, si es una broma ya no tiene gracia, —dije nervioso—.
—tranquilo, es un sedante, —me contesto—.
—¿un sedante?, ¿pero qué coño vas hacer?, —dije cada vez más alterado—. ¡suéltame!
—estate quieto de una puta vez, —dijo Marta cabreada—.
Saco unos alicates y trasteo mis testículos colocando algo de metal, ¡joder eso me estaba doliendo!
Después cogió una pistola para pendientes, como esas que usan en las farmacias y agarro la punta de mi pene que estaba flácido como si hubiera salido de una bañera de agua fría con cubitos.
Clic, me coloco un piercing, ¡dios como me dolía!
Seguidamente engancho una pequeña cadena de color dorado entre el aro de mis pelotas y el piercing de la punta de mi polla.
Al acabar puso frente a mí un espejo y pude contemplar su trabajo, un aro unido a un piercing en todo mi miembro.
—¿te gusta?, luego lo probaras, —dijo sonriendo—.
—¡pero estas loca!, ¡joder no voy a consentir nada de esto, bájame de aquí!, —dije elevando el tono—. No tiene gracia
—la tendrá, te lo aseguro, espera y veras, —dijo en forma profética—.
Se abrió la puerta y un hombre que parecía una vestía entro con una muchacha pelirroja maniatada y sollozando. 
La lanzo contra la cama.
Ese tío me miraba con ojos de maldad y desprecio.
Marta se acercó a la muchacha y le quito la mordaza que llevaba puesta y la beso apasionadamente, como antes lo había hecho conmigo, mientras le acaricio los pechos.
Esa escena me puso cachondo, pese a la situación tan incómoda que estaba viviendo, tuve una erección.
¡Joder que dolor!, el puto piercing y el aro de los testículos me provocaron unos calambres que llegaron hasta mi nuca.
Entonces Marta me miró fijamente.
—¿te gusta Juan?, ¿te gusta para ti verdad?, —me provocaba Marta—.
No, ya no me parecía Marta tan atractiva, había algo que me desconcertaba.
La ataron y con un látigo la azotaron con fuerza, hasta que perdió el conocimiento.
Luego la subieron a un potro de tortura que había detrás de unas cortinas, el cual yo ni me había fijado.
Todo lo anterior habían sido caricias con lo que le hicieron después, la muchacha se quejaba y pedía auxilio.
Siguieron azotándola, el tío se puso detrás de ella y sin ningún tipo de cariño la penetro por detrás, dando unas embestidas que movía todo el artefacto de tortura.
Mientras, Marta le comenzó hacer cortes por los brazos, por los costados, por sus ingles, sus ojos resplandecían al ver la sangre, luego comenzó a verterle cera caliente por la espalda, para después darle la vuelta y también hacerlo en sus pezones mientras el mastodonte se la metía en la boca.
Entraron dos hombres más en la habitación.
—¡por favor!, ¡soltadme, no diré nada!, ¡juro que no diré nada!, —les supliqué sollozando—.
—Tranquilo cariño, nosotros lo sabemos, —dijo Marta—.
Lo dijo sonriendo, mientras balanceaba una copa con lo que parecía vino, aunque más denso.
Mientras con los hombres habían entrado dos mastines negros, estaban inmóviles como dos figuras de piedra, observando la escena.
—¡por favor basta ya!, ¡por favor!, —volví a suplicar—.
Pero no me hicieron ni caso.
Con el látigo volvieron a golpear con rabia a la muchacha.
Solo deseaba que todo acabara, que fuera un sueño, echaba de menos mi vacía y tétrica vida.
Marta se tumbó en la cama y la muchacha pelirroja comenzó a lamerle el sexo.
Ella se retorcía entre gemidos, agarraba por los pelos a la chica obligándola a más y más fuerte, parecía más un animal que una mujer en sus movimientos de placer.
Sin querer y viendo la escena me volví a empalmar, viéndolas ansiosas y hambrientas.
Mierda, otra vez ese dolor por el puto piercing, parecía gilipollas, pensé.
comencé a quejarme lo que hizo que Marta se acercara a mí y con sus uñas empezó a rasgarme la piel desde mis axilas hasta mi cintura, el dolor era penetrante, podía sentir el crujir de mi piel.
Entonces no pude por más que darle un cabezazo que casi me hace perder el sentido, haciéndola caer al suelo.
—ahh, me estas empezando a enfadar Juan, —dijo Marta—.
Entonces se acercó a mí, con una sonrisa peligrosa y me agarro de la cadena del piercing y empezó a balancearlo, provocándome un dolor como nunca antes había conocido, obligando a mi cuerpo a retorcerse sin poder evitarlo, arqueando todo mi torso.
—¡hija de puta!, —le grite—.
El mastodonte que había estado dando latigazos a la muchacha y ya no me acordaba de él, se me acerco y me dio un puñetazo en la boca del estómago.
No sé cuánto tiempo estuve inconsciente.
Abrí mis ojos temblorosos, con todos mis músculos doloridos, viendo borroso.
Sentí un ajetreo en la cama.
Tuve que poner de mi parte para darme cuenta lo que allí estaba ocurriendo, porque mi cabeza aun no coordinaba.
Vi a dos engendros alados, como animales sacados del inframundo, bebían del cuerpo degollado sin vida de la muchacha pelirroja, peleándose por ver quien se hacía con el pedazo más jugoso.
Y grite, o llore, o no sé si hice las dos cosas a la vez, creí haberme vuelto loco.
Aquellos seres detectaron mi consciencia, se acercaron hacia mi reptando por el suelo subiendo a mi cuerpo, clavándome sus garras.
—¿Qué te parece?, —dijo Marta con voz burlona igual a la del mismísimo diablo.
Me agarro la cabeza girándola hasta donde se encontraba el cadáver de la muchacha desangrado.
—¿quieres follártela ahora Juan?, mmm, —dijo Marta susurrando—, te bajaremos de aquí para que lo hagas, a nosotros también nos gusta mirar, lo hacemos desde hace siglos, desde que estamos muertos.
Ahora ya nada es igual desde aquella noche, me recorro todas las madrugadas los lugares abiertos de la ciudad, buscando victimas que los diviertan.
Me convertí en lacayo de aquellos seres y de calmar su insaciable sed.
Mis ojos ahora se tiñen de rojo como las paredes de aquella mansión, en la que soy de forma esclava… un morador más.

A.MIRALLES. .. 

Fin ..🔥 
Derechos a su autor

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